En su visita, lo primero que ví fue su sonrisa. Me contó que quería cambiar unas tejas transparentes por unas oscuras y me señaló unas al lado de su bicicleta. Alcé la mirada y el horizonte era mar, así fue que la casa ahora era un barco. En su rumbo, nos encontramos en la mitad de la nada y ahí lo sorprendí enseñándole a nadar a mi gata, fue muy gracioso. De un parpadeo la escena cambió, pero en el mismo barco y en un lugar más cómodo, mis manos dentro de su pantalón y muchos besos. Entonces, tuvo que marcharse y el barco volvió a ser una casa, en la que al escuchar el timbre lo ví desde la ventana, era él de nuevo que regresó por sus tejas.
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