Olvidé algún objeto así que tuve que regresar al edificio. En el vestíbulo, donde destacaba la cerámica de color rojo en una perfecta combinación con colores crema y negro, venía un joven con un paso sigiloso y mirando cautelosamente hacia atrás; cuando llegó a mí, me arrinconó hacia los baños y me preguntó: ¿Sabes lo que sucedió aquí verdad? En ese momento cambió mi expresión de curiosidad y algo de miedo, a una sonrisa corta y desinteresada y le dije: ¡claro! Todo el mundo repite la historia en este pasillo, ya no tiene gracia. En dirección a la puerta, en mi intento de salir, me detuvo el joven y puso su dedo en la boca como señal de silencio. Efectivamente un sonido áspero provenía del pasillo, así que lentamente entramos a uno de los baños. Allí habían dos colegialas con lágrimas en los ojos subidas en el inodoro, por lo que los cuatro tuvimos que acomodarnos torpemente en el mismo, ya que no había tiempo de cambiar a otro. Al tener la vista desde ese ángulo noté que habían dos colégialas más, escondidas de la misma manera desde el otro inodoro, ninguna era capaz de levantar la mirada. En ese momento volví a escuchar el desagradable ruido más cerca, por lo que me escondí. Pero mi curiosidad hizo que me asomara lentamente a observar la criatura bípeda con un falo tan grande que también parecía su cola, del que traía enrollado a un compañero de las colegialas, lo arrastraba yacente hacía el baño. Muerta del susto me asomé una vez más, no quería perderme la escena de lo que sabía que iba a pasar, pues la leyenda del lugar es que un extraño ser, de manera periódica se alimenta de los habitantes del lugar y que según el género de su presa, trasforma sus genitales, pues este los devora por medio de su sexo. En ese momento, vi como la gran cola empezó a dividirse en capas viscosas de piel dejando espacio a la abertura por donde introduciría a su presa.